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rebuznos del rucio, que los relinchos del rocín, de donde coligió Sancho que su ventura había de sobrepujar y ponerse encima de la de su señor, fundándose no sé si en astrología judiciaria que él se sabía, puesto que la historia no lo declara; sólo le oyeron decir que cuando tropezaba ó caía se holgara no haber salido de casa, porque del tropezar ó caer no se sacaba otra cosa sino el zapato roto ó las costillas quebradas, y aunque tonto no andaba en esto muy fuera del camino. Díjole don Quijote:

—Sancho amigo, la noche se nos va entrando á más andar, y con más escuridad de la que habíamos menester para alcanzar á ver con el día al Toboso, á donde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea, con la cual licencia pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima á toda peligrosa aventura, porque ninguna cosa de esta vida hace más valientes á los caballeros andantes, que verse favorecidos de sus damas.

—Yo así lo creo, respondió Sancho; pero tengo por dificultoso que vuesa merced pueda hablarla ni verse con ella en parte á lo menos que pueda recibir su bendición, si ya no se la echa desde las bardas del corral por donde yo la ví la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuesa merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena.

— Bardas de corral se te antojaron aquellas, Sancho, dijo don Quijote, á donde ó por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino gale-