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que no se pueda revolcar, en lugar de testamento y codicilo que no se pueda revocar, creyó todo lo que dél había leído, y confirmólo por uno de los más solemnes mentecatos de nuestros siglos; y dijo entre sí, que tales dos locos como amo y mozo no se habrían visto en el mundo. Finalmente don Quijote y Sancho se abrazaron y quedaron amigos, y con parecer y beneplácito del gran Carrasco, (que por entonces era su oráculo) se ordenó que de allí á tres días fuese su partida, en los cuales habría lugar de aderezar lo necesario para el viaje, y de buscar una celada de encaje, que en todas maneras, dijo don Quijote, que la había de llevar.

Ofreciósela Sansón, porque sabía no se la negaría un amigo suyo que la tenía, puesto que estaba más escura por el orín y el moho, que clara y limpia por el terso acero. Las maldiciones que las dos, ama y sobrina, echaron al bachiller, no tuvieron cuento mesaron sus cabellos, arañaron sus rostros, y al modo de las endechaderas que se usaban, lamentaban la partida como si fuera la muerte de su señor. El designio que tuvo Sansón para persuadirle á que otra vez saliese, fué hacer lo que adelante cuenta la historia, todo por consejo del cura y del barbero, con quien él antes lo había comunicado. En resolución, en aquellos tres días don Quijote y Sancho se acomodaron de lo que les pareció convenirles, y habiendo aplacado Sancho á su mujer, y don Quijote á su sobrina y á su ama, al anochecer, sin que nadie lo viese sino el bachiller, que, quiso acompañarles media legua del lugar, se pusieron en camino del Toboso, don Quijote sobre su buen Rocinante, y Sancho sobre su antiguo rucio, proveídas las alforjas de cosas tocantes á la bucólica, y la bolsa de dineros que le dió don Quijote 1