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principio me caló y me entendió, sino que quiso turbarme por oirme decir otras doscientas patochadas.

—Podrá ser, replicó don Quijote; y en efecto, ¿qué dice Teresa?

—Teresa dice, dijo Sancho, que ate bien mi dedo con vuesa merced, y que hablen cartas y callen barbas, porque quien destaja no baraja, pues más vale un toma que dos te daré: y yo digo que el consejo de la mujer es poco, y el que no le toma es loco.

—Y yo lo digo también, respondió don Quijote.

Decid, Sancho amigo; pasa adelante, que habláis hoy de perlas.

—Es el caso, replicó Sancho, que como vuesa merced mejor sabe, todos estamos sujetos á la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle; porque la muerte es sorda, y cuando llega á llamar á las puertas de nuestra vida siempre va de priesa, y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos.

—Todo eso es verdad, dijo don Quijote; pero no sé dónde vas á parar.

—Voy á parar, dijo Sancho, en que vuesa merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda, que no quiero estar á mercedes, que llegan tarde ó mal ó nunca; con lo mío me ayude Dios. En fin, yo quiero saber lo que gano, poco ó mucho que sea; que sobre un huevo pone la gallina, y muchos pocos ha-