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—Y por dónde se sale, señora? preguntó Sansón; hásele roto alguna parte de su cuerpo?

—No se sale, respondió ella, sino por la puerta de su locura: quiero decir, señor bachiller de mi ánima, que quiere salir otra vez, que con ésta será la tercera, á buscar por ese mundo lo que él llama venturas, que yo no puedo entender cómo les da este nombre. La vez primera nos le volvieron atrayesado sobre un jumento, molido á palos. La segunda vino en un carro de bueyes, metido y encerrado en una jaula, adonde él se daba á entender que estaba encantado; y venía tal el triste, que no le conociera la madre que le parió, flaco, amarillo, los ojos hundidos en los últimos camaranchones del celebro, que para haberle de volver algún tanto en sí gasté más de seiscientos huevos, como lo sabe Dios y todo el mundo, y mis gallinas que no me dejarán mentir.

J —Eso creo yo muy bien, respondió el bachiller, que ellas son tan buenas, tan gordas y tan bien criadas, que no dirán una cosa por otra si reventasen. En efecto, señora ama, ¿no hay otra cosa, ni ha sucedido otro desmán alguno, sino el que se teme que quiere hacer el señor don Quijote?

—No, señor, respondió ella.

—Pues no tenga pena, respondió el bachiller, sino váyase en hora buena á su casa, y téngame aderezado de almorzar alguna cosa caliente, y de camino vaya rezando la oración de Santa Apolonia, si es que la sabe, que yo iré luego allá, y verá maravillas.

—¡Cuitada mí! replicó el ama: ¿la oración de Santa Apolonia dice vuesa merced que rece? eso fuera si mi amo lo hubiera de las muelas, pero no lo ha sino de los cascos.