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ñal en que fuese conocida por infame ó por gasta dora de las buenas costumbres.

—Por el Dios que me sustenta, dijo don Quijote, que si no fueras mi sobrina derechamente como hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en tí, por la blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo. ¿Cómo qué?

¿es posible que una rapaza, que apenas sabe menear doce palillos de randas, se atreva á poner lengua y á censurar las historias de los caballeros andantes? ¿Qué dijera el señor Amadís, si lo tal oyera? Pero á buen seguro que él te perdonará, porque fué el más humilde y cortés caballero de su tiempo, y demás gran amparador de las doncellas; más tal te pudiera haber oído que no te fuera bien dello, que no todos son corteses ni bien mirados, algunos hay follones y descomedidos. Ni todos los que se llaman caballeros lo son de todo en todo, que unos son de oro, otros de alquimia, y todos parecen caballeros, pero no todos pueden estar al toque de la piedra de la verdad. Hombres bajos hay que revientan por parecer caballeros; y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer caballeros; y caballeros altos hay que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos:

aquéllos se levantan ó con la ambición ó con la virtud; éstos se abajan ó con la flojedad ó con el vicio: y es menester aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caballeros tan parecidos en los nombres, y tan distantes en las acciones.

—1 Válame Dios! dijo la sobrina, que sepa vuesa merced tanto, señor tío, que si fuese menester en una necesidad podría subir en un púlpito ó irse á predicar por esas calles, y que con todo esto dé en