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no lo sé, ni lo que ha de responder su Majestad tampoco, y que sólo sé que si yo fuera rey me excusara de responder á tanta infinidad de memoriales impertinentes como cada día le dan; que uno de los mayores trabajos que los reyes tienen, entre otros muchos, es el estar obligados á escuchar á todos, y á responder á todos, y así no querría yo que cosas mías le diesen pesadumbre.

A lo que dijo el ama :

—Díganos, señor, ¿en la corte de su Majestad no hay caballeros?

—Sí, respondió don Quijote, y muchos: y es razón que los haya para adorno de la grandeza de los príncipes, y para ostentación de la Majestad real.

—Pues no sería vuesa merced, replicó ella, uno de los que á pie quedo sirviesen á su rey y señor estándose en la corte?

—Mira, amiga, respondió don Quijote, no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos á los otros; porque los cortesanos, sin sa lir de sus aposentos ni de los umbrales de la corte, se pasean por todo el mundo, mirando un mapa, sin costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed. Pero nosotros los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, á las inclemencias del cielo, de noche y de día, á pie y á caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies; y no solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los acometemos sin mirar en niñerías ni en las leyes de desafíos, si lleva ó no lleva más corta la lanza ó la espada, si trae sobre sí reliquias ó