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beral y cortés con todos, y no se pusiese en cuentos con aquellos que por antigüedad son nobles, ten por cierto, Teresa, que no habrá quien se acuerde de lo que fué, sino que reverencien lo que es, si no fueren los envidiosos, de quien ninguna próspera fortuna está segura.

—Yo no os entiendo, marido, replicó Teresa, haced lo que quisiéredes, y no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas; y si estáis revuelto en hacer lo que decís...

—Resuelto has de decir, mujer, dijo Sancho, y no revuelto.

—No os pongáis á disputar, marido, conmigo, respondió Teresa: yo hablo como Dios es servido, y no me meto en más dibujos; y digo que si estáis porfiando en tener gobierno, que llevéis con vos á vuestro hijo Sancho para que desde ahora le enseñéis á tener gobierno, que bien es que los hijos hereden y aprendan los oficios de sus padres.

—En teniendo gobierno, dijo Sancho, enviaré por él por la posta, y te enviaré dineros, que no me faltarán; pues nunca falta quien se los preste á los gobernadores cuando no los tienen: y vístele de modo que disimule lo que es, y parezca lo que ha de ser.

—Enviad vos dinero, dijo Teresa, que yo os lo vestiré como un palmito.

—En efeto, quedamos de acuerdo, dijo Sancho, de que ha de ser condesa nuestra hija.

—El día que yo la viere condesa, respondió Teresa, ese haré cuenta que la entierro: pero otra vez os digo que hagáis lo que os diere gusto, que con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes á sus maridos aunque sean unos porros; y en esto comenzó á llorar tan de veras como si ya vie-