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de cantueso, sino tuviéramos que entender con yangüeses y con moros encantados.

—Bien creo yo, marido, replicó Teresa, que los escuderos andantes no comen el pan de balde, y así quedaré rogando á nuestro Señor os saque presto de tan mala ventura.

—Yo os digo, mujer, respondió Sancho, que si no pensase antes de mucho tiempo verme gobernador de una insula, aquí me caería muerto.

—Eso no, marido mío, dijo Teresa, viva la gallina aunque sea con su pepita: vivid vos y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo: sin gobierno salisteis del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora, y sin gobierno iréis ó os llevarán á la sepultura cuando Dios fuere servido. Como esos hay en el mundo, que viven sin gobierno, y no por eso dejan de vivir y de ser contados en el número de las gentes. La mejor salsa del mundo es la hambre, y como ésta no falta ál los pobres, siempre comen con gusto. Pero mirad, Sancho, si por ventura os viéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí y de vuestros hijos.

Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya á la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia. Mirad también que Marisancha vuestra hija no se morirá si la casamos, que me va dando barruntos que desea tanto tener marido, como vos deseáis veros con gobierno; y en fin, en fin, mejor parece la hija mal casada que bien abarraganada.

—A buena fe, respondió Sancho, que si Dios me llega á tener algo qué de gobierno, que tengo de casar, mujer mía, á Marisancha tan altamente que no la alcancen sino con llamarla señora.

—Eso no, Sancho, respondió Teresa, casadla