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mudan de costumbres, y podría ser que viéndoos gobernador no conociésedes á la madre que os parió.

—Eso allá se ha de entender, respondió Sancho, con los que nacieron en las malvas, y no con los que tienen sobre el alma cuatro dedos de enjundia de cristianos viejos, como yo los tengo; no, sino llegaos á mi condición, que sabrá usar de desagradecimiento con alguno.

—Dios lo haga, dijo don Quijote, y ello dirá cuando el gobierno venga, que ya me parece que le trayo entre los ojos.

Dicho esto, rogó al bachiller que si era poeta le hiciera merced de componerle unos versos que tratasen de la despedida que pensaba hacer de su señora Dulcinea del Toboso, y que advirtiese que en el principio de cada verso había de poner una letra de su nombre, de manera que al fin de los versos, juntando las primeras letras, se leyese Dulcinea del Toboso. El bachiller respondió, que puesto que él no era de los famosos poetas que había en España, que decían que no eran sino tres y medio, que no dejaría de componer los tales metros, aunque hallaba una dificultad grande en su composición, á causa que las letras que contenía el nombre eran diez y siete, y que si hacía cuatro castellanas de á cuatro versos sobraba una letra, y si de á cinco, á quien llaman décimas ó redondillas, faltaban tres letras; pero con todo eso procuraría embeber una letra lo mejor que pudiese, de manera que en las cuatro castellanas se incluyese el nombre de Dulcinea del Toboso.

—Ha de ser así en todo caso, dijo don Quijote, que si allí no va el nombre patente y de manifies-