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lante; pero pensar que tengo de poner mano á la espada aunque sea contra villanos malandrines de hacha y capellina, es pensar en lo excusado. Yo, señor Sansón, no pienso granjear fama de valiente, sino del mejor y más leal escudero que jamás sirvió á caballero andante: y si mi señor don Quijote, obligado de mis muchos y buenos servicios, quisiera darme alguna ínsula de las muchas que su merced dice que se ha de topar por ahí, recibiré mucha merced en ello; y cuando no me la diere, nacido soy, y no ha de vivir el hombre en hoto de otro, sino de Dios; y más que tan bien y aun quizás mejor me sabrá el pan desgobernado, que siendo gobernador; ¿y sé yo por ventura si en esos gobiernos me tiene aparejada el diablo alguna zancadilla donde tropiece y caiga y deshaga las muelas? Sancho nací, y Sancho pienso morir. Pero si con todo esto de buenas á buenas, sin mucha solicitud y sin mucho riesgo me deparase el cielo alguna ínsula, ó otra cosa semejante, no soy tan necio que la desechase, que también se dice: cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla; y, cuando viene el bien, mételo en tu casa.

—Vos, hermano Sancho, dijo Carrasco, habéis hablado como un catedrático; pero con todo eso confiad en Dios y en el señor don Quijote, que os ha de dar un reino, no que una insula.

Tanto es lo de más como lo de menos, respondió Sancho; aunque sé decir al señor Carrasco, que no echara mi señor el reino que me diera en saco roto, que yo he tomado el pulso á mí mismo, y me hallo con salud para regir reinos y para gobernar ínsulas; y esto ya otras veces lo he dicho á mi señor.

—Mirad, Sancho, dijo Sansón, que los oficios