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—En la manta no hice yo cabriolas, respondió Sancho; en el aire sí, y aun más de las que yo quisiera.

—A lo que yo imagino, dijo don Quijote, no hay historia humana en el mundo que no tenga sus altibajos, especialmente las que tratan de caballerías, las cuales nunca pueden estar llenas de prósperos sucesos.

—Con todo eso, respondió el bachiller, dicen algunos que han leído la historia, que se holgaran se les hubieran olvidado á los autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes encuentros dieron al señor don Quijote.

—Ahí entra la verdad de la historia, dijo Sancho.

—También pudieran callarlos por equidad, dijo don Quijote, pues las acciones que ni mudan ni alteran la verdad de la historia, no hay para qué escribirlas si han de redundar en menosprecio del señor de la historia. A fe que no fué tan piadoso Eneas como Virgilio le pintó, ni tan prudentes Ulises como lo describe Homero.

—Así es, replicó Sansón; pero uno es escribir como poeta, y otro como historiador: el poeta puede contar ó cantar las cosas no como fueron, sino como debían ser, y el historiador las ha de escribir no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar á la verdad cosa alguna.

—Pues si es que se anda á decir verdades ese señor moro, dijo Sancho, á buen seguro que entre los palos de mi señor, se hallen los míos, porque nunca á su merced le tomaron la medida de las espaldas, que no me la tomasen á mí de todo el cuerpo: pero no hay de qué maravillarme, pues