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<—244jar de lo que dijere, pues quiere que lo diga en cueros, sin vestirlo de otras ropas de aquellas con que llegaron á mi noticia.

—En ninguna manera me enojaré, respondió don Quijote: bien puedes, Sancho, hablar libremente y sin rodeo alguno.

—Pues lo primero que digo, dijo, es que el vulgo tiene á vuesa merced por grandísimo loco, y á mí por no menos mentecato. Los hidalgos dicen que no conteniéndose vuesa merced en los límitesde la hidalguía, se ha puesto Don, y se ha arremetido á caballero con cuatro cépas y dos yugadas de tierra y con un trapo atrás y otro adelante. Dicen los caballeros que no querrían que los hidalgos se opusiesen á ellos, especialmente aquellos hidalgos escuderiles, que dan humo á los zapatos y toman los puntos de las medias negras con seda verde.

—Eso, dijo don Quijote, no tiene que ver conmigo, pues ando siempre bien vestido y jamás remendado: roto bien podría ser, y el roto más de las armas que del tiempo.

—En lo que toca, prosiguió Sancho, á la valentía, cortesía, hazañas y asunto de vuesa merced, hay diferentes opiniones: unos dicen loco, pero gracioso; otros, valiente, pero desgraciado; otros cortés, pero impertinente, y por aquí van discurriendo en tantas cosas, que ni á vuesa merced ni á mí nos dejan hueso sano.

—Mira, Sancho, dijo don Quijote, donde quiera que está la virtud en eminente grado es perseguida. Pocos ó ninguno de los varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fué notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres, Alejandro.