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cabeza detrás de las bardas, mirándome volar por los aires sin sentir dolor alguno; y pues los miembros están obligados á dolerse del mal de la cabeza, había de estar obligada ella á dolerse dellos.

L cently —¿Querrás tú decir ahora, Sancho, respondió don Quijote, que no me dolía yo cuando á tí te manteaban? y si lo dices, no lo digas ni lo pienses, pues más dolor sentía yo en mi espíritu, que tú en tu cuerpo. Pero dejemos esto á parte por agora, que tiempo habrá donde lo ponderemos y pongamos en su punto: y díme, Sancho amigo, ¿qué es lo que dicen de mí por este lugar? ¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros? ¿Qué dicen de mi valentía, qué de mis hazañas, y qué de mi cortesía ?

¿Qué se platica del asunto que he tomado de resucitar y volver al mundo la ya olvidada orden caballeresca? Finalmente, quiero, Sancho, me digas lo que acerca desto ha llegado á tus oídos; y esto me has de decir sin añadir al bien, ni quitar al mal cosa alguna; que de los vasallos leales es decir la verdad á sus señores en su sér y figura propia, sin que la adulación la acreciente, ó otra vano respeto la disminuya: y quiero que sepas, Sancho, que si á los oídos de los principales llegase la verdad desnuda sin los vestidos de la lisonja, otros siglos correrían, otras edades serían tenidas por más de hierro que la nuestra, que entiendo que de las que ahora se usan es la dorada.

Sírvate este advertimiento, Sancho, para que discreta y bien intencionadamente pongas en mis oídos la verdad de las cosas que supieres de lo que he preguntado.

—Eso haré yo de muy buena gana, señor mío, con condición que vuesa merced no se ha de eno-