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gó: y anduvo discreta de adamar antes la blandura de Medoro, que la aspereza de Roldán.

—Esa Angélica, respondió don Quijote, señor eura, fué una doncella distraída, andariega y algo antojadiza, y tan lleno dejó el mundo de sus im pertinencias como de la fama de su hermosura:

despreció mil señores, mil valientes y mil discretos, y contentóse con un pajecillo barbilucio, sin otra hacienda ni nombre que el que le pudo dar de agradecido la amistad que guardó á su amigo. El gran cantor de su belleza, el famoso Ariosto, por no atreverse ó por no querer cantar lo que á esta señora le sucedió después de su ruín entrega, que no debieron ser cosas demasiadamente honestas, la dejó donde dijo:

Y como del Catay recibió el cetro, quizá otro cantará con mejor plectro.

Y sin duda que esto fué como profecía, que los poetas también se llaman vates, que quiere decir adivinos. Vese esta verdad clara, porque después acá un famoso poeta andaluz lloró y cantó sus lágrimas, y otro famoso y único poeta castellano cantó su hermosura.

—Dígame, señor don Quijote, dijo á esta sazón el barbero, ¿no ha habido algún poeta que haya hecho alguna sátira á esta señora Angélica, entre tantos como la han alabado?

—Bien creo yo, respondió don Quijote, que si Sacripante ó Roldán fueran poetas, que ya me hubieran jabonado la doncella, porque es propio y natural de los poetas desdeñados y no admitidos de sus damas fingidas, ó fingidas en efeto de aquellas á quien ellos escogieron por sus