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una estera vieja, donde estaba echado y desnudo en cueros, preguntó á grandes voces quién era el que se iba sano y cuerdo. El licenciado respondió:

Yo soy hermano, el que me voy, que ya no tengo necesidad de estar más aquí, por lo que doy infinitas gracias á los cielos, que tan grande merced me han hecho. Mirad lo que decís, licenciado, no os engañe el diablo, replicó el loco, sosegad el pie, y estaos quedito en vuestra casa y ahorraréis la vuelta. Yo sé que estoy bueno, replicó el licenciado, y no habrá para qué tornar á andar estaciones.

¿Vos bueno? dijo el loco: ahora bien: ello dirá, andad con Dios; pero yo os voto á Júpiter, cuya majestad yo represento en la tierra, que por solo este pecado que hoy comete Sevilla en sacaros desta casa y en teneros por cuerdo, tengo de hacer un tal castigo en ella, que quede memoria del por todos los siglos de los siglos, amén. ¿No sabes tú, licenciadillo menguado, que lo podré hacer, pues como digo soy Júpiter tonante, que tengo en mis manos los rayos abrasadores con que puedo y suelo amenazar y destuir el mundo? Pero con sola una cosa quiero castigar á este ignorante pueblo, y es con no llover en él ni en todo su distrito y contorno por tres años enteros, que se han de contar desde el día y punto en que ha sido hecha esta amenaza en adelante. ¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo y yo loco, y yo enfermo, y yo atado? Así pienso llover como pensar ahorcarme. A las voces y las razones del loco estuvieron los circunstantes atentos; pero nuestro licenciado, volviéndose á nuestro capellán y asiéndole de las manos, le dijo: No tenga vuesa merced pena, señor mío, ni haga caso de lo que este loco ha dicho, que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, que soy Neptuno, el padre y el dios de las