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negocio. Con esta buena fe el capellán pidió al retor mandase dar los vestidos con que allí había entrado el licenciado: volvió á decir el retor que mirase lo que hacía, porque sin duda alguna el licenciado aun se estaba loco. No sirvieron de nada para con el capellán las prevenciones y advertimientos del retor para que dejase de llevarle: obedeció el retor viendo ser orden del arzobispo, pu sieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes; y como él se vió vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellán que por caridad le diese licencia para ir á despedirse de sus compañeros los locos. El capellán dijo que él quería acompañar y ver á los locos que en la casa había. Subieron en efecto, y con ellos algunos que se hallaron presentes; y llegado el licenciado á una jaula donde estaba un loco furioso, aunque entonces sosegado y quieto, le dijo: Hermano mío, mire si me manda algo, que me voy á mi casa, que ya Dios ha sido servido, por su infinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo, de volverme mi juicio; ya estoy sano y cuerdo, que acerca del poder de Dios ninguna cosa es imposible: tenga grande esperanza y confianza en él, que pues á mí me ha vuelto á mi primero estado, también le volverá á él si en él confía: yo tendré cuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en todo caso, que le hago saber que imagino, como quien ha pasado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los cerebros llenos de aire: esfuércese, esfuércese, que el decaimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte. Todas estas razones del licenciado escuchó otro loco que estaba en otra jaula, frontero de la del furioso, y levantándose de