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aquella miseria en que vivía, pues por la misericordia de Dios había ya cobrado el juicio perdido; pero que sus parientes, por gozar de la parte de su hacienda, le tenían allí, y á pesar de la verdad querían que fuese loco hasta la muerte. El arzobispo, persuadido de muchos billetes concertados y discretos, mandó á un capellán suyo se informase del retor de la casa, si era verdad lo que aquel licenciado le escribía, y que asimismo hablase con el loco, y que si le pareciese que tenía juicio le sacase y pusiese en libertad. Hizolo así el capellán, y el retor le dijo que aquel hombreaun se estaba loco, que puesto que hablaba muchas veces como persona de grande entendimiento, al cabo disparataba con tantas necedades, que en muchas y en grandes igualaban á sus primeras discreciones, como se podía hacer la esperiencia hablándole. Quiso hacerla el capellán, y poniéndole con el loco hablo con él una hora y más, y en todo aquel tiempo jamás el loco dijo razón torcida ni disparatada, antes habló tan atentamente, que el capellán fué forzado á creer que el loco estaba cuerdo; y entre otras cosas que el loco le dijo, fué que el retor le tenía ojeriza por no perder los regalos que sus parientes le hacían, porque dijese que aun estaba loco y con lúcidos intervalos, y que el mayor dolor que en su desgracia tenía era su mucha hacienda, pues por gozar della sus enemigos ponían dolo y dudaban de la merced que nuestro Señor había hecho en volverle de bestia en hombre. Finalmente, él habló de manera que hizo sospechoso al retor, codiciosos y desalmados á sus parientes, y á él tan discreto, que el capellán se determinó á llevársele consigo á que el arzobispo le viese y tocase con la mano la verdad de aquel