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puesta en ella toda la Cristiandad, y su Majestad había hecho proveer las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta.

A esto respondió don Quijote :

—Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer sus estados con tiempo, porque no le halle desapercibido el enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de una prevención, de la cual su Majestad la hora de agora debe de estar muy ajeno de pensar en ella.

Apenas oyó esto el cura, cuando dijo entre sí:

—Dios te tenga de su mano, pobre don Quijote, que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad.

Mas el barbero, que ya había dado en el mismo pensamiento que el cura, preguntó á don Quijote cuál era la advertencia de la prevención que decía era bien se hiciese; quizá podría ser tal que se pusiese en la lista de los muchos advertimientos impertinentes que se suelen dar á los príncipes.

—El mío, señor rapador, dijo don Quijote, no será impertinente sino perteneciente.

—No lo digo por tanto, replicó el barbero, sino porque tiene mostrado la esperiencia que todos ó los más árbitros que se dan á su Majestad, ó son imposibles ó disparatados, ó en daño del Rey ó del reino.

—Pues el mío, respondió don Quijote, ni es imposible ni disparatado, sino el más fácil, el más justo y el más mañero y breve que puede caber en pensamiento de arbitrante alguno.

—Ya tarda en decirle vuesa merced, señor don Quijote, dijo el cura.