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Perro ladrón, ¿á mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro? Y repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho un alheña. Escarmentó el loco, y retiróse, y en más de un mes no salió á la plaza, al cabo del cual tiempo volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer, ni atreverse á descargar la piedra, decía: Este es podenco, ¡guarda! En efecto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos ó gozques, decía que eran podencos, y así no soltó más el canto.

Quizá desta suerte le podrá acontecer á este historiador, que no se atreverá á soltar más la presa de su ingenio en libros, que en siendo malos son más duros que las peñas. Dile también que de la amenaza que me hace que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite, que acomodándome al entremés famoso de la Perendenga, le respondo que me viva el veinte y cuatro mi señor y Cristo con todos: viva el gran conde de Lemos (cuya cristiandad y liberalidad bien conocida contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie) y vívame la suma caridad del Ilustrísimo de Toledo don Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no haya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las coplas de Mingo Revulgo.

Estos dos príncipes, sin que lo solicite adulación mía, ni otro género de aplauso, por sola su bondad han tomado á su cargo el hacerme mereed y favorecerme, en lo que me tengo por más dichoso y más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su cumbre. La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso: la pobreza