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de las mayores es ponerle á un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama, y para confirmación desto quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento.

Había en Sevilla un loco, que dió en el más gracioso disparate y tema que dió loco en el mundo. Y fué, que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y en cogiendo algún perro en la calle, ó en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que soplándole, le ponía redondo como una pelota, y en teniéndolo desta suerte le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba diciendo á los circunstantes (que siempre éran muchos):

Pensarán vuesas mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro. Pensará vuesa merced ahora que es poco trabajo hacer un libro. Y si este cuento no le cuadrare, dirasle (lector amigo) este, que también es de loco y de perro.

Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, ó un canto no muy liviano, y en tomando algún perro descuidado se le ponía junto, y á plomo dejaba caer sobre él el peso.

Amohinábase el perro, y dando ladridos y aullidos no paraba en tres calles. Sucedió pues, que entre los perros que descargó la carga fué un perro de un bonetero, á quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, dióle en la cabeza: alzó el grito el molido perro, viólo y sintiólo su amo:

asió una vara de medir, y salió al loco, y no le dejó hueso sano, y á cada palo que le daba decía: