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doso cielo gusta y quiere que ya tengas algún descanso, leal, firme y hermosa señora mía, en ninguna parte creo yo que le tendrás más seguro que en estos brazos que ahora te reciben, y otro tiempo te recibieron cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mía.

A estas razones puso Luscinda en Cardenio los ojos, y habiendo comenzado á conocerle primero por la voz, y asegurándose que él era con la vista, casi fuera de sentido y sin tener cuenta á ningún honesto respeto, le echó los brazos al cuello, y juntando su rostro con el de Cardenio, le dijo:

—Vos sí, señor mío, sois el verdadero dueño desta vuestra cautiva, aunque más lo impida la contraria suerte, y aunque más amenazas le hagan esta vida que en la vuestra se sustenta.

Estraño espectáculo fué éste para don Fernando y para todos los circunstantes, admirándose de tan no visto suceso. Parecióle á Dorotea que don Fernando había perdido la color del rostro, y que hacía ademán de querer vengarse de Cardenio, porque le vió encaminar la mano á ponella en la espada, y como lo pensó, con no vista presteza se abrazó con él por las rodillas, besándoselas y teniéndole apretado, que no le dejaba mover, y sin cesar un punto de sus lágrimas le decía:

—¿Qué es lo que piensas—hacer, único refugio mío, en este tan impensado trance? Tú tienes á tus pies á tu esposa, y la que quieres que lo sea, está en los brazos de su marido: mira si te estará bien, ó te será posible deshacer lo que el cielo ha hecho, ó si te convendrá querer levantar á igualar á ti mismo á la que pospuesto todo inconveniente, confirmada en su verdad y firmeza, delante de tus DON QUIJOTE .—2 TOMO II

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