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mirarás de oirte llamar señoría de todos tus vasallos.

—¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, insulas y vasallos? respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.

—No te acucies, Juana, por saber todo eso tan apriesa, basta que te diga verdad, y cose la boca:

sólo te sabré decir así de paso, que no hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante, buscador de aventuras. Bien es verdad que las más que se hallan, no salen tan á gusto como el hombre querría, porque de ciento que se encuentran, las noventa y nueve salen aviesas y torcidas. Sélo yo de experiencia, porque de algunas he salido manteado, y de otras molido; pero con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas á toda discreción, sin pagar ofrecido sea al diablo el maravedí.

Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron, y le desnudaron en su antiguo lecho. Mirábalas él con ojos atravesados, y no acababa de entender en qué parte estaba. El cura encargó á la sobrina tuviese gran cuenta con regalar á su tío, y que estuviesen alerta de que otra vez no se les escapase, contando lo que había sido menester para traelle á su casa. Aquí alzaron las dos de nuevo sus gritos al cielo, allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías, allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo á los autores de tantas