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las dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron á los malditos libros de caballerías, todo lo cual se renovó cuando vieron entrar á don Quijote por sus puertas. A las nuevas de esta venida de don Quijote acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vió á Sancho, lo primero que le preguntó fué que si venía bueno el asno: Sancho respondió que venía mejor que su amo.

Gracias sean dadas á Dios, replicó ella, que tanto bien me ha hecho; pero contadme ahora, amigo, ¿qué bien habéis sacado de vuestras escuderías? ¿Qué saboyana me traéis á mí? ¿Qué zapaticos á vuestros hijos?

—No traigo nada deso, dijo Sancho, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración.

—Deso recibo yo mucho gusto, respondió la mujer; mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.

—En casa os las mostraré, mujer, dijo Panza, y por ahora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje á buscar aventuras, vos me veréis presto conde ó gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse.

—Quiéralo así el cielo, marido mío, que bien lo habemos menester. Mas decidme, ¿qué es eso de ínsulas? que no lo entiendo.

—No es la miel para la boca del asno, respondió Sancho: á su tiempo lo verás, mujer, y aun te ad-