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. 201pañía destos señores que su bien desean, y allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea de más provecho y fama.

—Bien dices, Sancho, respondió don Quijote, y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que ahora corre.

El canónigo y el cura y barbero le dijeron que haría muy bien en hacer lo que decía, y así habiendo recebido grande gusto de las simplicidades de Sancho Panza, pusieron á don Quijote en el carro como antes venía; la procesión volvió á ordenarse y á proseguir su camino: el cabrero se despidió de todos; los cuadrilleros no quisieron pasar adelante, y el cura les pagó lo que se les debía; el canónigo pidió al cura le avisase el suceso de don Quijote, si sanaba de su locura, ó si se proseguía en ella, y con esto tomó licencia para seguir su viaje. En fin todos se divirtieron y partieron, quedando solos el cura y el barbero, don Quijote y Panza, y el bueno de Rocinante, que á todo lo que había visto estaba con tanta paciencia como su amo. El boyero unció sus bueyes y acomodó á don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada flema siguió el camino que el cura quiso, y á cabo de seis días llegaron á la aldea de don Quijote, adonde entraron en la mitad del día, que acertó á ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote. Acudieron todos á ver lo que en el carro venía, y cuando conocieron á su compatriota, quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo á dar las nuevas á su ama y á su sobrina de que su tío y su señor venía flaco y amarillo, y tendido sobre un montón de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lástima fué oir los gritos que