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lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo á Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese; y para este efeto la gente de una aldea que allí junto estaba, venía en procesión á una devota ermita que en un recuesto de aquel valle había. Don Quijote, quevió los estraños trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los debía de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que á él solo tocaba como á caballero andante el acometerla; y confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto, fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines; y como esto le cayó en las mientes con gran ligereza arremetió á Rocinante que paciendo andaba, quitándole del arzón el freno y la adarga, y en un punto le enfrenó; y pidiendo á Sancho su espada, subió sobre Rocinante y embrazó su adarga; y dijo en alta voz á todos los que presentes estaban: Ahora, valerosa compañía, veredes cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería: ahora digo, que veredes en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes: y en diciendo esto apretó los muslos á Rocinante, porque espuelas no las tenía, y á todo galope (porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamás la diera Rocinante) se fué á encontrar con los diciplinantes:

bien que fueron el cura y el canónigo y barbero á detenerle, mas no les fué posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo:

—¿Adónde va, señor don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho que le incita á ir contra nues-