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rés en que ella fuese mala ó buena; pero los que conocían su discreción y mucho entendimiento no atribuyeron á ignorancia su pecado, sino á su desenvoltura y á la natural inclinación de las mujeres, que por la mayor parte suele ser desatinada ó mal compuesta. Encerrada Leandra, quedaron los ojos de Anselmo ciegos, á lo menos sin tener cosa que mirar que contento les diese; los míos en tinieblas, sin luz que á ninguna cosa de gusto les encaminase. Con la ausencia de Leandra crecía nuestra tristeza, apocábase nuestra paciencia, maldecíamos las galas del soldado, y abominábamos del poco recato del padre de Leandra. Finalmente, Anselmo y yo nos concertamos de dejar el aldea, y venirnos á este valle, donde él apacentando una gran cantidad de ovejas suyas propias, y yo un numeroso rebaño de cabras tambiénmías, pasamos la vida entre los árboles, dando vado á nuestras pasiones, ó cantando juntos ala—banzas ó vituperios de la hermosa Leandra, ó sus< pirando solos y á solas, comunicando con el cielo nuestras querellas. A imitación nuestra otros muchos de los pretendientes de Leandra se han venido á estos ásperos montes usando el mismo ejercicio nuestro, y son tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la pastoral Arcadia, según está colmado de pastores y de apriscos, y no hay parte en él donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Este la maldice y la llama antojadiza, varia y deshonesta; aquél la condena por fácil y ligera; tal la absuelve y perdona, y tal la jus—' tifica y vitupera: uno celebra su hermosura, otro reniega de su condición; y en fin, todos la deshonran, y todos la adoran, y de todos se estiende á tanto la locura, que hay quien se queja de desdén 2007—20