Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/195

Esta página no ha sido corregida
— 191 —

atónito, el padre triste, sus parientes afrentados, solícita la justicia, los cuadrilleros listos: tomáronse los caminos, escudriñáronse los bosques y cuanto había, y al cabo de tres días hallaron á la antojadiza Leandra en una cueva de un monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa había sacado. Volviéronla á la presencia del lastimado padre, preguntárcnla su desgracia, confesó sin apremio que Vicente de la Roca la había engañado, y debajo de palabra de ser su esposo la persuadió que dejase la casa de su padre, que él la llevaría á la más rica y más viciosa ciudad que había en todo el universo mundo, que era Nápoles; y que ella mal advertida y peor engañada le había creído, y robahdo á su padre, se le entregó la misma noche que había faltado, y que él la llevó á un áspero monte, y la encerró en aquella cueva donde la habían hallado. Contó también como el soldado, sin quitarle su honor, le robó cuanto tenía, y la dejó en aquella cueva, y se fué: suceso que de nuevo puso en admiración á todos. Difícil, señor, se hizo de creer la continencia del mozo; pero ella lo afirmó con tantas veras, que fueron parte para que el desconsolado padre se consolase, no haciendo cuenta de las riquezas que le llevaban, pues le habían dejado á su hija con la joya que si una vez se pierde, no deja esperanza de que jamás se cobre. El mismo día que pareció Leandra, la despareció su padre de nuestros ojos, y la llevó á encerrar en un monasterio de una villa que está aquí cerca, esperando que el tiempo gaste alguna parte de la mala opinic en que su hija se puso. Los pocos años de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa, á lo menos con aquellos que no les iba algún inte-