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jas, la incomparable voluntad que te tengo: tú no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y más fácil será, si en ello miras, redueir tu voluntad á querer á quien te adora, que no encaminar la que te aborrece á que bien te quiera.

Tú solicitaste mi descuido, tú rogaste mi entereza, tú no ignoraste mi calidad, tú sabes bien de la manera que me entregé á toda tu voluntad, no te queda lugar ni acogida de llamarte á engaño; y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿por qué por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines como me hiciste en los principios? Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme á lo menos y admiteme por tu esclava, que como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y afortunada. No permitas con dejarme y desampararme que se hagan y junten corrillos en mi deshonra: no dés mala vejez á mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que como buenos vasallos á los tuyos siempre han hecho. Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que poca ó ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres descendencias: cuanto más que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si ésta á ti te falta, negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes.

En fin, señor, lo que últimamente te digo es, que quieras ó no quieras yo soy tu esposa; testigos son tus palabras que no han ni deben ser mentirosassi ya es que te precias de aquello por que me des