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imitáis. Volved, volved, amiga, que si no tan contenta, á lo menos estaréis segura en vuestro aprisco ó con vuestras compañeras: que si vos que las habéis de guardar y encaminar, andáis tan sin guía y tan descaminada, ¿en qué podrán parar ellas?

Contento dieron las palabras del cabrero á los que las oyeron, especialmente al canónigo, que le dijo:

—Por vida vuestra, hermano, que os soseguéis un poco, y no os acuciéis en volver tan presto esa cabra á su rebaño, que pues ella es hembra, como vos decís, ha de seguir su natural instinto por más que vos os opongáis á estorbarlo. Tomad este bocado, y bebed una vez, con que templaréis la cólera, y en tanto descansará la cabra; y el decir esto y el darle con la punta del cuchillo los lomos de un conejo fiambre, todo fué uno.

Tomólo y agradecido el cabrero, bebió y sosegóse, y luego dijo:

—No querría que por haber yo hablado con esta alimaña tan sin seso, me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple, que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rústico soy, pero no tanto que no entienda cómo se ha de tratar con los hombres y con las bestias.

—Eso creo yo muy bien, dijo el cura, que ya yo sé de experiencia que los montes crían letrados, y las cabañas de los pastores encierran filósofos.

—A lo menos, señor, replicó el cabrero, acogen hombres escarmentados; y para que creáis esta verdad, y la toquéis con la mano, aunque parezca que sin ser rogado me convido, si no os enfadáis dello, y queréis, señores, un breve espacio prestarme oído atento, os contaré una verdad que acredi-