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estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar; que si ésta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines; así suele Dios ayudar al buen deseo del simple, como desfavorecer al malo del discreto.

—No sé esas filosofías, respondió Sancho Panza, más sólo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regirle, que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo, y siéndolo haría lo que quisiese, y haciendo lo que quisiese haría mi gusto, y haciendo mi gusto estaría contento, y en estando uno contento no tiene más que desear, y no teniendo más que desear acabóse, y el estado venga, y adiós y veámonos, como dijo un ciego á otro. A lo cual replicó don Quijote:

—No son malas filosofías esas, como tú dices, Sancho, pero con todo eso hay mucho que decir sobre esta materia de condados. Yo no sé que haya más que decir, sólo me guío por muchos y diversos ejemplos que podría traer á este propósito, de caballeros de mi profesión, que correspondiendo á los leales y señalados servicios que de sus escuderos habían recibido, les hicieron notables mercedes, haciéndoles señores absolutos de ciudades é ínsulas y cuál hubo que llegaron sus merecimientos á tanto grado, que tuvo humos de hacerse rey. Pero ¿para qué gasto tiempo en esto, ofreciéndome un tan insigne ejemplo el grande y nunca bien alabado Amadís de Gaula, que hizo á su escudero conde de la insula Firme, y así puedo yo sin escrúpulo de conciencia hacer conde á Sancho (1) Dihinte este parrafo de la Enesta 2 ed di regimde conal a la tercera o ver la 1608.