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L 179tra merced, no diga tal blasfemia, y créame, que le aconsejo en esto lo que debe de hacer como discreto: si no, léalos y verá el gusto que recibe de su leyenda. Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos, aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo á borbollones, que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima, que dice: «Tú, caballero, quien quiera que »seas, que el temeroso lago estás mirando, si quie»res alcanzar el bien que debajo destas negras »aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte »pecho y arrójate en mitad de su negro y encendi»do licor; porque si así no lo haces, no serás digno »de ver las altas maravillas que en sí encierran y »contienen los siete castillos de las siete Fadas que »debajo desta negrura yacen». ¿Y que apenas el caballero no ha acabado de oir la voz temerosa, cuando sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse á considerar el peligro á que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose á Dios y á su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva: ofrécesele á los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra á la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos, que por intricados ramos van un arro-