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—No puedo yo negar, señor don Quijote, que no sea verdad algo de lo que vuestra merced ha dicho, especialmente en lo que toca á los caballerós andantes españoles; y asimismo quiero conceder que hubo doce Pares de Francia; pero no quiero creer que hicieron todas aquellas cosas que el arzobispo Turpín dellos escribe; porque la verdad dello es que fueron caballeros escogidos por los reyes de Francia, á quien llamaron Pares por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía: á lo menos si no lo eran, era razón que lo fuesen, y era como una religión de las que ahora se usan de Santiago ó de Calatrava, que se presupone que los que la profesan, han de ser ó deben ser caballeros valerosos, valientes y bien nacidos, y como ahora dicen caballero de San Juan ó de Alcántara, decían en aquel tiempo caballero de los doce Pares, porque no fueron doce iguales los que para esta religión militar se escogieron. En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio; pero de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muy grande. En lo otro de la clavija que vuestra merced dice del conde Pierres, y que está junto á la silla de Babieca en la armería de los reyes, confieso mi pecado, que soy tan ignorante ó tan corto de vista, que aunque he visto la silla, no he echado de ver la clavija, y más siendo tan grande como vuestra merced ha dicho.

—Pues allí está sin duda alguna, replicó don Quijote, y por más señas dicen que está metida en una funda de vaqueta, porque no se tome del moho.

—Todo puede ser, respondió el canónigo, pero VOL . 316 DON QUIJOTE .—12 TOMO II