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sin temeridad, osado sin cobardía; y todo esto para honra de Dios, provecho suyo y fama de la Mancha, do según he sabido, trae vuestra merced su principio y origen.

Atentísimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del canónigo; y cuando vió que ya había puesto fin á ellas, después de haberle estado un buen espacio mirando, le dijo:

—Paréceme señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se ha encaminado á querer darme á entender, que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores é inútiles para la república, y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto á seguir la durísima profesión de la caballería andante que ellos enseñan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula, ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas.

—Todo es al pie de la letra, como vuestra merced lo va relatando, dijo á esta sazón el canónigo.

A lo cual respondió don Quijote:

—Añadió también vuestra merced diciendo, que me habían hecho mucho daño tales libros, pues me han vuelto el juicio y puéstome en una jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de letura, leyendo otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan.

—Así es, dijo el canónigo.

—Pues yo, replicó don Quijote, 'hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, pues se ha puesto á decir tantas blasfemias contra una cosa tan recebida en el mundo y tenida por tan verdadera, que el que la negase,