Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/172

Esta página no ha sido corregida
— 168 —

tormenta, y así se vea en los brazos de mi señora Dulcinea cuando menos piense.

—Acaba de conjurarme, dijo don Quijote, y pregunta lo que quisieres, que ya te he dicho que te responderé con toda puntualidad.

—Eso pido, replicó Sancho, y lo que quiero saber es, que me diga sin añadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad, como se espera que la han de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced las profesa, debajo de título de caballeros andantes.

—Digo que no mentiré en cosa alguna, respondió don Quijote; acaba ya de preguntar, que en verdad ya me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho.

—Digo, que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo; y así, porque hace el caso á nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, si acaso después que vuestra merced va enjaulado y á su parecer encantado en esa jaula, le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores ó menores, como suele decirse?

—No entiendo eso de hacer aguas, Sancho ; aclárate más si quieres que te responda derechamente.

—¿Es posible que no entienda vuestra merced de hacer aguas menores ó mayores? pues en la escuela destetan á los muchachos con ello. Pues sepa que quiero decir si le ha venido gana de hacer ¿ lo que no se escusa?

—Ya, ya te entiendo, Sancho; y muchas veces, y aún agora la tengo, sácame deste peligro, que no anda todo limpio.