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mos; pero que lo sean realmente y en efeto, eso no lo creas de ninguna manera: lo que has de creer y entender es, que si ellos se les parecen como dices, debe de ser que los que me han encantado, habrán tomado esa apariencia y semejanza, porque es fácil á los encantadores tomar la figura que se les antoja, y habrán tomado las destos nuestros amigos, para darte á ti ocasión de que pienses lo que piensas, y ponerte en un laberinto de imaginaciones, que no aciertes á salir dél, aunque tuvieses la soga de Teseo; y también lo habrán hecho para que yo vacile en mi entendimiento, y no sepa atinar de dónde me viene este daño; porque si por una parte tú me dices que me acompañan el barbero y el cura de nuestro pueblo, y por otra yo me veo enjaulado, y sé de mí que fuerzas humanas, como no fueran sobrenaturales, no fueran bastantes para enjaularme, ¿qué quieres que diga ó piense, sino que la manera de mi encantamento excede á cuantas yo he leído en todas las historias que tratan de caballeros andantes que han sido encantados? Así que, bien puedes darte paz y sosiego en esto de creer que son los que dices, porque así son ellos, como yo soy turco; y en lo que toca querer preguntarme algo, dí, que yo te responderé aunque me preguntes de aquí á mañana.

— Válame nuestra Señora! respondió Sancho dando una gran voz; ¿y es posible que sea vuestra merced tan duro de celebro y tan falto de meollo, que no eche de ver que es pura verdad la que le digo, y que en esta su prisión y desgracia tiene más parte la malicia que el encanto? Pero pues así es, yo le quiero probar evidentemente que no va encantado: sino, dígame, así Dios le saque desta