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hermosura y concordancia que ve ó contempla en las cosas que la vista ó la imaginación le ponen delante, y toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura no nos puede causar contento alguno.

Pues ¿qué hermosura puede haber, ó qué proporción de partes con el todo, y del todo con las partes, en un libro ó fábula donde un mozo de diez y seis años da una cuchillada á un gigante como una torre, y le divide en dos mitades como si fuera de alfeñique ? Y ¿qué cuando nos quieren pintar una batalla después de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un millón de combatientes?

Como sea contra ellos el señor del libro, forzosamente, mal que nos pese, habemos de entender que el tal caballero alcanzó la vitoria por sólo el valor de su fuerte brazo. Pues ¿qué diremos de la facilidad con que una reina ó emperatriz heredera se conduce en los brazos de un andante y no conocido caballero? ¿Qué ingenio, si no es del todo bárbaro é inculto, podrá contentarse leyendo que una gran torre llena de caballeros va por la mar adelante como nave con próspero viento, y hoy anochece en Lombardía, y mañana amanece en tierras del Preste Juan de las Indias, ó en otras que ni las describió Tolomeo, ni las vió Marco Polo? Y si á esto se me respondiese, que los que tales libros componen los escriben como cosas de mentira, y que así no están obligados á mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía yo, que tanto la mentira es mejor, cuanto más parece verdadera; y tanto más agrada, cuanto tiene más de lo dudoso y posible. Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte, que facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los