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<—12que seáis el testigo, pues mi pura verdad os hace á vos ser falso y mentiroso.

Oyó estas razones Cardenio bien clara y distintamente, como quien estaba tan junto de quien las decía, que sólo la puerta del aposento de don Quijote estaba en medio; y así como las oyó, dando una gran voz dijo:

Válgame Dios! ¿Qué es esto que oigo?

¿Qué voz es esa que ha llegado á mis oídos?

Volvió la cabeza á estos gritos aquella señora toda sobresaltada, y no viendo quién los daba, se levantó en pie y fuése á entrar en el aposento, lo cual visto por el caballero, la detuvo sin dejarla mover un paso. A ella con la turbación y desasosiego se le cayó el tafetán con que traía cubierto el rostro, y descubrió una hermosura incomparable y un rostro milagroso, aunque descolorido y asombrado, porque con los ojos andaba rodeando todos los lugares donde alcanzaba con la vista, con tanto ahinco que parecía persona fuera de juicio; cuyas señales, sin saber por qué las hacía, pusieron gran lástima en Dorotea y en cuantos la miraban. Teníala el caballero fuertemente asida por las espaldas, y por estar tan ocupado en tenerla, no pudo acudir á alzarse el embozo que se le caía, como en efeto se le cayó del todo; y alzando los ojos Dorotea, que abrazada con la señora estaba, vió que el que abrazada ansimismo la tenía, era su esposo don Fernando; y apenas le hubo conocido, cuando arrojando de lo íntimo de sus entrañas un luengo y tristísimo ay, se dejó caer de espaldas desmayada; y á no hallarse allí junto el barbero que la recogió en los brazos, ella diera consigo en el suelo. Acudió luego el cura á quitarle el embozo para echarle agua en el rostro, y así