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no descubriese con sus simplicidades lo que él y el cura tanto procuraban encubrir, y por este mismo temor había el cura dicho al canónigo que caminase un poco delante, que él le diría el misterio del enjaulado, con otras cosas que le diesen gusto.

Hízolo así el canónigo, y adelantándose con sus criados y con él: estuvo atento á todo aquello que decirle quiso de la condición, vida, locura y costumbres de don Quijote, contándole brevemente el principio y causa de su desvarío, y todo el progreso de sus sucesos, hasta haberlo puesto en aquella jaula, y el designio que llevaban de llevarle á su tierra, para ver si por algún medio hallaban remedio á su locura. Admiráronse de nuevo los eriados y el canónigo, de oir la peregrina historia de don Quijote, y en acabándola de oir dijo:

—Verdaderamente señor cura, yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías; y aunque he leído, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los más que hay impresos, jamás me he podido acomodar á leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cuál más, cuál menos, todos ellos son una misma cosa, y no tiene más éste que aquél ni estotro que el otro. Y según á mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesías, que son cuentos disparatados que atienden solamente á deleitar y no á enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente; y puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar, no sé yo cómo puedan conseguirle yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates: que el deleite que en el alma se concibe, ha de ser de la