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su dueño no había vuelto más por allí, que se los llevase todos, que pues él no sabía leer no los quería. El cura se lo agradeció, y abriéndolos luego, vió que al principio de lo escrito decía: «Novela de Rinconete y Cortadillo ;» por donde entendió ser alguna novela, y coligió que pues la del «Curioso impertinente» había sido buena, que también lo sería aquella; pues podría ser fuesen todas de un mismo autor; y así la guardó con prosupuesto de leerla cuando tuviese comodidad. Subió á caballo y también su amigo el barbero con sus antifaces, porque no fuesen luego conocidos de don Quijote, y pusiéronse á caminar tras el carro. Y la orden que llevaban era esta: iba primero el carro guiándole su dueño, á los dos lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus escopetas; seguía luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de rienda á Rocinante; detrás de todo esto iban el cura y el barbero sobre sus poderosas mulas, cubiertos los rostros como se ha dicho, con grave y reposado continente, no caminando más de lo que permitía el paso tardo de los bueyes. Don Quijote iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies y arrimado á las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera hombre de carne, sino estatua de piedra. Y así con aquel espacio y silencio caminaron hasta dos leguas, que llegaron á un valle, donde le pareció al boyero ser lugar acomodado para reposar y dar pasto á los bueyes, y comunicándolo con el cura, fué de parecer el barbero que caminasen un poco más, porque él sabía que detrás de un recuesto, que cerca de allí se mostraba, había un valle de más yerba y mucho mejor que aquel donde parar querían. Tomóse el parecer del barbero, y así tornaron á pro-