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á muchos príncipes y á muchos otros caballeros que procuran por malas vías destruir á los buenos.

Pero con todo eso la virtud es tan poderosa, que por sí sola, á pesar de toda la nigromancia que supo su primer inventor Zoroastro, saldrá vencedora de todo trance; y dará de sí luz en el mundo como la da el sol en el cielo. Perdonadme, fermosas damas, si algún desaguisado por descuido mío os he fecho, que de voluntad y á sabiendas jamás le dí á nadie; y rogad á Dios me saque destas prisiones, donde algún mal intencionado encantador me ha puesto, que si dellas me veo libre, no se me caerán de la memoria las mercedes que en este castillo me habedes fecho, para gratificallas, servillas y recompensallas como ellas merecen.

En tanto que las damas del castillo esto pasaban con don Quijote, el cura y el barbero se despidieron de don Fernando y sus camaradas, y del capitán y su hermano, y de todas aquellas contentas señoras, especialmente de Dorotea y Luscinda.

Todos se abrazaron y quedaron en darse noticia de sus sucesos, diciendo don Fernando al cura dónde había de escribirle para avisarle en lo que paraba don Quijote, asegurándole que no habría cosa que más gusto le diese que saberlo, y que él asimismo le avisaría de todo aquello que él viese que podía darle gusto, así de su casamiento como del bautismo de Zoraida, y suceso de don Luis y vuelta de Luscinda á su casa. El cura ofreció de hacer cuanto se le mandaba con toda puntualidad.

Tornaron á abrazarse otra vez, y otra vez tornaron á nuevos ofrecimientos. El ventero se llegó al cura y le dió unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro de maleta donde se halló la novela del «Curioso impertinente», y que pues