Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/147

Esta página no ha sido corregida
— 143 —

ilustre compañía estaba en la venta, y pareciéndoles que ya era tiempo de partirse, dieron orden para que sin ponerse al trabajo de volver Dorotea y don Fernando con don Quijote á su aldea con la invención de la libertad de la reina Micomicona, pudiesen el cura y el barbero llevársele, como deseaban, y procurar la cura de su locura en su tierra. Y lo que ordenaron fué, que se concertaron con un carretero de bueyes que acaso acertó á pasar por allí, para que lo llevase en esta forma:

hicieron una como jaula de palos enrejados, capaz que pudiese en ella caber holgadamente don Quijote, luego don Fernando y sus camaradas, con los criados de don Luis y los cuadrilleros, juntamente con el ventero, todos por orden y parecer del cura, se cubrieron los rostros y se disfrazaron, quien de una manera y quien de otra, de modo que á don Quijote le pareciese ser otra gente de la que en aquel castillo había visto. Hecho esto, con grandísimo silencio se entraron adonde él estaba durmiendo y descansando de las pasadas refriegas. Llegáronse á él, que libre y seguro de tal acontecimiento dormía, y asiéndole fuertemente, le ataron muy bien las manos y los pies, de modo que cuando él despertó con sobresalto, no pudo menearse ni hacer otra cosa más que admirarse y suspenderse de ver delante de sí tan estraños visajes, y luego dió en la cuenta de lo que su continua y desvariada imaginación le representaba, y se creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que sin duda alguna ya estaba encantado, pues no se podía menear ni defender, todo á punto como había pensado que sucedería el cura trazador de esta máquina. Sólo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mis-