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decidas mujeres en el mundo. Y en lo de mi partida sea luego, que yo no tengo más voluntad que la vuestra; disponed vos de mí á toda vuestra guisa y talante, que la que una vez os entregó la defensa de su persona, y puso en vuestras manos la restauración de sus señoríos, no ha de querer ir contra lo que la vuestra prudencia ordene.

—A la mano de Dios, dijo don Quijote, pues así es que una señora se humilla, no quiero yo perder la ocasión de levantalla, y ponella en su heredado trono. La partida sea luego, porque me va poniendo espuelas el deseo y el camino, porque suele decirse que en la tardanza está el peligro; y pues no ha criado el cielo ni visto el infierno ninguno que me espante ni acobarde, ensilla, Sancho, á Rocinante, y apareja tu jumento y el palafrén de la reina, y despidámonos del castellano y destos señores, y vamos de aquí luego al punto.

Sancho, que á todo estaba presente, dijo me neando la cabeza á una parte y á otra:

—¡Ay señor, señor, y cómo hay más mal en el aldegüela que se suena, con perdón sea dicho de las tocas honradas!

1 —¿Qué mal puede haber en ninguna aldea ni en todas las ciudades del mundo, que pueda sonarse en menoscabo mío, villano?

—Si vuestra merced se enoja, respondió Sancho, yo callaré, y dejaré de decir lo que soy obligado como buen escudero, y como debe un buen criado decir á su señor.

—Di lo que quisieres, replicó don Quijote, como tus palabras no se encaminen á ponerme miedo; que si tú lo tienes, haces como quien eres, y si yo no le tengo, hago como quien soy.

—No es eso, pecador fuí yo á Dios, respondió