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valientes della, quiso llevarlo al cabo y dar á todo felice suceso, porque los criados se contentaron de cuanto don Luis quería, de que recibió tanto contento doña Clara, que ninguno en aquella sazón la mirara al rostro, que no conociera el regocijo de su alma. Zoraida, aunque no entendía bien todos los sucesos que había visto, se entristecía y alegraba á bulto, conforme veía y notaba los semblantes á cada uno, especialmente de su español, en quien tenía siempre puestos los ojos y traía colgada el alma. El ventero, á quien no se le pasó por alto la dádiva y recompensa que el cura había hecho al barbero, pidió el escote de don Quijote con el menoscabo de sus cueros y falta de vino, jurando que no saldría de la venta Rocinante ni el jumento de Sancho, sin que se le pagase primero hasta el último ardite. Todo lo apaciguó el cura y lo pagó don Fernando, puesto que el oidor de muy buena voluntad había también ofrecido la paga: y de tal manera quedaron todos en paz y sosiego, que ya no parecía la venta la discordia del campo de Agramante, como don Quijote había dicho, sino la misma paz y quietud del tiempo de Octaviano; de todo lo cual fué común opinión que se debían dar las gracias á la buena intención y mucha elocuencia del señor cura, y á la incomparable liberalidad de don Fernando. Viéndose pues don Quijote libre y desembarazado de tantas pendencias, así de su escudero como suyas, le pareció que sería bien seguir su comenzado viaje, y dar fin á aquella grande aventura para que había sido llamado y escogido; y así con resoluta determinación se fué á poner de hinojos ante Dorotea, la cual no le consintió que hablase palabra hasta que se levan-