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dicho: y apeándose los cuatro de á caballo, que de muy gentil talle y disposición eran, fueron á apear la mujer que en el sillón venía: y tomándola uno de ellos en sus brazos, la sentó en una silla que estaba á la entrada del aposento, donde Cardenio se había escondido. En todo este tiempo ni ella ni ellos se habían quitado los antifaces ni hablado palabra alguna, sólo que al sentarse la mujer en la silla, dió un profundo suspiro, y dejó caer los brazos como persona enferma y desmayada: los mozos de á pie llevaron los caballos á la caballeriza. Viendo esto el cura, deseoso de saber qué gente era aquella que con tal traje y tal silencio estaba, se fué donde estaban los mozos, y á uno dellos le preguntó lo que deseaba, el cual le respondió:

—Pardiez, señor, yo no sabré deciros qué gente sea esta, sólo sé que muestra ser muy principal, especialmente aquel que llegó á tomar en sus brazos á aquella señora que habéis visto; y esto dígolo porque todos los demás le tienen respeto, y no se hace otra cosa más de lo que él ordena y manda.

—¿Y la señora quién es? preguntó el cura.

—Tampoco sabré decir eso, respondió el mozo, porque en todo el camino no la he visto el rostro:

suspirar sí la he oído muchas veces, y dar unos gemidos que parece que con cada uno de ellos quiere dar el alma; y no es de maravillar que no sepamos más de lo que habemos dicho, porque mi compañero y yo no ha más de dos días que los acompañamos, porque habiéndolos encontrado en el camino, nos rogaron y persuadieron que viniésemos con ellos hasta el Andalucía, ofreciéndose á pagárnoslo muy bien.