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co, que á cada paso le alborotaba la venta. Finalmente, el rumor se apaciguó por entonces, la albarda se quedó por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por yelmo, y la venta por castillo en la imaginación de don Quijote. Puestos pues ya en sosiego, y hechos amigos todos á persuasión del oidor y del cura, volvieron los criados de don Luis á porfiarle que al momento se viniese con ellos, y en tanto que él con ellos se avenía, el oidor comunicó con don Fernando, Cardenio y el cura, qué debía hacer en aquel caso, contándoselo con las razones que don Luis le había dicho.

En fin, fué acordado que don Fernando dijese á los criados de don Luis quién él era, y cómo era su gusto que don Luis se fuese con él al Andalucía, donde de su hermano el marqués sería estimado como el valor de don Luis merecía, porque desta manera se sabía de la intención de don Luis que no volvería por aquella vez á los ojos de su padre, si le hiciesen pedazos. Entendida pues de los cuatro la calidad de don Fernando y la intención de don Luis, determinaron entre ellos, que los tres se volviesen á contar lo que pasaba á su padre, y el otro se quedase á servir á don Luis y á no dejalle hasta que ellos volviesen por él ó viese lo que su padre les ordenaba.

Desta manera se apaciguó aquella máquina de pendencias por la autoridad de Agramante y prudencia del rey Sobrino; pero viéndose el enemigo de la concordia y el émulo de la paz menospreciado y burlado, y el poco fruto que había granjeado de haberlos puesto á todos en tan confuso laberinto, acordó de probar otra vez la mano resucitando nuevas pendencias y desasosiegos. Es pues el caso que los cuadrilleros se sosegaron por