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temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre. Y en la mitad deste caos, máquina y laberinto de cosas, se le representó en la memoria á don Quijote que se veía metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante, y así dijo con voz que atronaba la venta:

—Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos, si todos quieren quedar con vida. A cuya gran voz todos se pararon, y él prosiguió diciendo: ¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que alguna legión de demonios debe de habitar en él? En confirmación de lo cual, quiero que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante.

Mirad como allí se pelea por la espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el yelmo, y todos peleamos, y todos no nos entendemos venga, pues, vuestra merced, señor oidor, y vues, tra merced, señor cura, y el uno sirva de rey Agramante y el otro de rey Sobrino, y póngannos en paz, porque por Dios todo poderoso que es gran bellaquería que tanta gente principal como aquí estamos se mate por causas tan livianas.

Los cuadrilleros, que no entendían el frasis de don Quijote, y se veían mal parados de don Fernando, Cardenio y sus camaradas, no querían sosegarse el barbero sí, porque en la pendencia tenía deshechas las barbas y la albarda: Sancho, á la más mínima voz de su amo obedeció como buen criado: los cuatro criados de don Luis también se estuvieron quedos, viendo cuán poco les iba en no estarlo: sólo el ventero porfiaba que se habían de castigar las insolencias de aquel lo-