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los entendimientos libres, y podrán juzgar de las cosas deste castillo como ellas son real y verdade—ramente, y no como á mí me parecían.

—No hay duda, respondió á esto don Fernando, sino que el señor don Quijote ha dicho muy bien hoy, que á nosotros toca la definición deste caso; y porque vaya con más fundamento, yo tomaré en secreto los votos destos señores, y de lo que resultare daré entera y clara noticia.

Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote, era todo esto materia de grandísima risa; pero para los que la ignoraban les parecía el mayor disparate del mundo, especialmente á los cuatro criados de don Luis, y á don Luis ni más ni menos, y á otros tres pasajeros que acaso habían llegado a la venta, que tenían parecer de ser cuadrilleros, como en efeto lo eran. Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía allí delante de sus ojos se le había vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reían de ver como andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándoles al oido para que en secreto declarasen si era albarda ó jaez aquella joya sobre quien tanto se había peleado; y después que hubo tomado los votos de aquellos que á don Quijote conocían, dijo en alta voz:

—El caso es, buen hombre, que ya yo estoy cansado de tomar tantos pareceres, porque veo que á ninguno pregunto lo que deseo saber, que no me diga que es disparate el decir que ésta sea albarda de jumento, sino jaez de caballo, aun de caballo castizo, y así habréis de tener paciencia, porque á vuestro pesar y al de vuestro,