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burlado, ¿que es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es bacía sino yelmo? Cosa parece ésta que puede poner en admiración á toda una universidad, por discreta que sea. Basta, si es que esta bacía es yelmo, también debe ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho.

—A mí albarda me parece, dijo don Quijote, pero ya he dicho que en eso no me entremeto.

—De que sea albarda ó jaez, dijo el cura, no está en más de decirlo el señor don Quijote, que en estas cosas de la caballería todos estos señores y yo le damos la ventaja.

—Por Dios, señores míos, dijo don Quijote, que son tantas y tan estrañas las cosas que en este castillo, en dos veces que en él he alojado, han sucedido, que no me atreva á decir afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él se contiene se preguntare, porque imagino que cuanto en él se trata va por vía de encantamento. La primera vez me fatigó mucho un moro encantado que en él hay, y á Sancho no le fué muy bien con otros sus secuaces, y anoche estuve colgado deste brazo casi dos horas, sin saber cómo, ni cómo no, vine á caer en aquella desgracia. Así que, ponerme yo ahora en cosa de tanta confusión á dar mi parecer, será caer en juicio temerario. En lo que toca á lo que dicen que esta es bacía y no yelmo, ya lo tengo res pondido; pero en lo de declarar si esa es albarda ó jaez, no me atrevo á dar sentencia definitiva solo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes; quizá por no ser armados caballeros como yo lo soy, no tendrán que ver con vuestras mer cedes los encantamentos deste lugar, y tendrán