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otra prueba de nuestra intención que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de Mambrino como el jaez deste buen hombre albarda.

—Haz lo que te mando, replicó don Quijote, que no todas las cosas deste castillo han de ser guiadas por encantamento.

Sancho fué á do estaba la bacía, y la trujo, y así como don Quijote la vió, la tomó en las manos, y dijo:

—Miren vuestras mercedes con qué cara podía decir este escudero que ésta es bacía, y no el yelmo que yo he dicho: y juro por la orden de caballería que profeso, que este yelmo fué el mismo que yo le quité, sin haber añadido en él ni quitado cosa alguna.

—En esto no hay duda, dijo á esta sazón Sancho, porque desde que mi señor le ganó hasta ahora, no ha hecho con él más de una batalla, cuando libró á los sin ventura encadenados; y si no fuera por este baciyelmo, no lo pasara entonces muy bien, porque hubo asaz de pedradas en aquel trance.

CAPITULO XLV

Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda y otras aventuras sucedidas con toda verdad.

—¿Qué les parece á vuestras mercedes, señores, dijo el barbero, de lo que afirman estos gentileshombres, pues aun afirman que ésta no es bacía, sino yelmo?