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flero en la primera ocasión que se le ofreciese; por parecerle que sería en él bien empleada la orden de la caballería. Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la pendencia, vino á decir:

—Señores, así esta albarda es mía, como la muerte que debo á Dios, y así la conozco como si la hubiese parido, y ahí está mi asno en el establo, que no me dejará mentir; si no, pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo quedaré por infame. Y hay más, que el mismo día que ella se me quitó, me quitaron también una bacía de azófar nueva, que no se había estrenado, que era señora de un escudo.

Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder, y poniéndose entre los dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo:

—Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía á lo que fué, es y será el yelmo de Mambrino, el cual se lo quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con ligítima y lícita posesión. En lo de la albarda no me entremeto, que en lo que en ello sabré decir es, que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo: yo se la dí, y él los tomó, y de haber convertido de jaez en albarda no sabré dar otra razón si no es la ordinaria, que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la caballería para confirmación de lo cual corre, Sancho hijo, y saca aquí el yelmo que este buen hombre dice ser bacía.

—Pardiez, señor, dijo Sancho, si no tenemos